Tiene razón ella, y el espejo que me enseñó esta tarde.
-Mírate, tú no eres un hombre.
Los hombres nunca tienen esa fiebre en los ojos, ni los muslos les florecen redondos, ni en los pechos les crecen dos botones erguidos como islas detrás de la camisa.
-Mírate. Y me miro, y me voy desnudando de mis tristes aperos.
Y entonces aparece, sin que yo lo convoque, mi cuerpo como el lirio de sol y la radiante manzana de la carne, igual que en el milagro del primer potro blanco saliendo de su madre.
Al raso de la vida, deambulo, por la Caleta libre de mi orilla. La mar que teje el sueño, que sostiene, en su emoción atlante, el trino de las aves que me buscan. Algas y caracolas de la cuna, donde sigo soñando, esa luz irreal, esa rosa cerrada de perfumada cal, blanca paloma en cruce de caminos; eucaliptos guardianes plantados en el alba, Guadalete que gime, castillo de Matrera, inmensos olivares, con sus huellas de sol sobre los hombres. Duendes que taconean, el compás de su aire, como un embrujo, o, acaso sean los ojos del poeta.
Apóstate, Señor, en la esquina más próxima y asáltame en la noche, mientras duerme la ciudad y, borracho, yo regreso a mi casa.
Que no tiemble tu mano al asestar el golpe. Sé limpio, pues no cabe mayor piedad que un tajo profesional, certero, fulminante, sin dar opción al tiempo y sus ardides.
Date, luego, a la fuga y deja que mi alma muera también conmigo. La eternidad es tuya: llévate mi cartera y arroja a la basura mi carné, los papeles, demasiado profanos y, desde luego, inútiles; también y, sobre todo, mis poemas, los libros que escribí. La tristeza, quédatela, Señor, véndela al peso: ella es la suma exacta de mi vida.
De una casa a otra se enviaban saludos, las cintas de humo azul de los hogares y, con las filtraciones de las primeras luces, algunas nubes lentas.
Entre una casa y otra los silencios eran ruidos de platos, una flor esmaltada en unas tazas, el murmullo de las copas de vidrio.
Desde hace algunos años es un pueblo vacío, uno de esos lugares que ya no necesita del crepúsculo.
Los muros de las casas se han ido acostumbrando al desfallecimiento, a los rigores de las viejas moreras, de las parras silvestres. En medio de las plazas, al final de las calles, las sombras de las cosas permanecen inmóviles, nos hablan desde fuera del tiempo.
Ahora el cielo está quieto como un campo sin nada, como el hombre sentado que lo mira.
Como el que en la maleza busca aún las canciones perdidas de los niños, algunas nubes lentas para la intimidad, para el regreso.
+ Señol jues, pasi usté más alanti y que entrin tos ésos. No le dé a usté ansia, no le dé a usté mieo... Si venís antiayel a afligila, sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto! Embargal, embargal los avíos, que aquí no hay dinero: lo he gastao en comías pa ella y en boticas que no le sirvieron; y eso que me quea, porque no me dio tiempo a vendello, ya me está sobrando, ya me está jediendo. Embargal esi sacho de pico, y esas jocis clavás en el techo, y esa segureja y ese cacho e liendro... ¡Jerramientas, que no quedi ni una! ¿Ya pa qué las quiero? Si tuvía que ganalo pa ella, ¡cualisquiá me quitaba a mí eso! Pero ya no quio vel esi sacho, ni esas jocis clavás en el techo, ni esa segureja ni ese cacho e liendro... ¡Pero a vel, señol jues: cuidiaíto si alguno de esos es osao de tocali a esa cama ondi ella s'ha muerto: la camita ondi yo la he querío cuando dambos estábamos güenos; la camita ondi yo la he cuidiau, la camita ondi estuvo su cuerpo cuatro mesis vivo y una noche muerto!... Señol jues: que nenguno sea osao de tocali a esa cama ni un pelo, porque aquí lo jinco delanti usté mesmo. Lleváisoslo todu, todu, menos eso, que esas mantas tienin suol de su cuerpo... ¡y me güelin, me güelin a ella ca ves que las güelo!...
Porque el silencio de lo que se hunde es como el gris de las sombras que temen a la noche, se parece octubre a la luz que arde en la piedra. Y todavía puedo sacar tu nombre de esta boca, y todavía pienso en tu vientre mientras acaba la tarde. Porque se parece octubre a una mancha en el suelo, a la palabra anterior a la hoja caída, y sólo la luz es luz cuando te nombro.
Deja que entre la noche por el azul callado del pájaro, en la isla fatigada del sueño, en el inalcanzable árbol en donde duerme su reposo de plumas.
Deja que entre la sombra en la rama que ha hervido con la oscura trompeta del crepúsculo, con los coros violetas que sostenían las últimas banderas de la tarde.
Y luego, ya habitado tú también por la oscura profundidad del vértigo, prende en los arrabales una hoguera de espinos y arde donde otra ardiente corona de rocío consuma la memoria con olvido y con viento.
Porque todo es viaje. Todos somos viajeros que transitan oscuros de una sombra a otra sombra, de la orilla del sueño a una orilla sin nadie.
"...Y la rueda resbala sin avanzar, resbala sin avanzar ..."
Pablo García Baena
LA ESTATUA DE SAL
Se han ido las aves acostumbrando a anidar en mi boca.
Han descubierto al fin que al tronco aquel, retorcido y nocturno en lo alto del cerro, jamás suben las serpientes.
Bajo la lluvia, Sodoma conserva el candor de las piras apagadas.
Veo ciegos que se sientan alrededor de un pozo. Veo mujeres con el vientre abierto por el eclipse. Veo panes sin cocer. Veo niños que derraman su saliva sobre los hormigueros. Veo dátiles y nueces encima de una mesa donde no hay comensales. Veo el rumor oculto de las premoniciones. Veo la higuera, los perros. Veo el sigilo, transparente y dócil, del veneno en las copas. Me veo a mí misma, caminando sin entender nada: huyendo; simplemente huyendo.
No conoce la sombra el rostro de su esclavo ni el fuego es rama que arde.
Ninguna puerta puede cerrarse por completo, porque no volver no es no regresar.
Bajo la lluvia, Sodoma va rindiendo sus piedras como bosques al fuego, va olvidando, gota a gota, el lugar al que sus calles llevaban.
Hay días en los que aún me pregunto por qué miré hacia atrás.
Puede que algo asustase a los asnos. Puede que Lot no me oyera. Ya no lo recuerdo.
Desde aquí, la llanura cobra su dimensión de hoguera y aljibe, de espacio donde las aves se reúnen y emprenden el camino del sur para pasar otro invierno.
Llueve.
Llueve como si el agua pesase más que la piedra, más que el esfuerzo del carro atrapado en el lodo.
Llueve.
Llueve como si nada fuese a sobrevivir a la lluvia, como si esta lluvia se llevase consigo lo que ni tan siquiera la sal pudo quitarme.