miércoles, 19 de octubre de 2011

LA ESTATUA DE SAL de José María Cumbreño








"...Y la rueda resbala sin avanzar,
resbala sin avanzar ..."

Pablo García Baena



LA ESTATUA DE SAL




Se han ido las aves acostumbrando
a anidar en mi boca.


Han descubierto al fin
que al tronco aquel, retorcido y nocturno
en lo alto del cerro,
jamás suben las serpientes.


Bajo la lluvia, Sodoma conserva
el candor de las piras apagadas.


Veo ciegos que se sientan alrededor de un pozo.
Veo mujeres con el vientre
abierto por el eclipse.
Veo panes sin cocer.
Veo niños que derraman
su saliva sobre los hormigueros.
Veo dátiles y nueces encima de una mesa
donde no hay comensales.
Veo el rumor oculto de las premoniciones.
Veo la higuera, los perros.
Veo el sigilo, transparente y dócil,
del veneno en las copas.
Me veo a mí misma,
caminando sin entender nada:
huyendo; simplemente huyendo.


No conoce la sombra el rostro de su esclavo
ni el fuego es rama que arde.


Ninguna puerta puede cerrarse por completo,
porque no volver no es no regresar.


Bajo la lluvia, Sodoma
va rindiendo sus piedras como bosques al fuego,
va olvidando, gota a gota,
el lugar al que sus calles llevaban.


Hay días en los que aún me pregunto
por qué miré hacia atrás.


Puede que algo asustase a los asnos.
Puede que Lot no me oyera.
Ya no lo recuerdo.


Desde aquí, la llanura cobra su dimensión
de hoguera y aljibe,
de espacio donde las aves
se reúnen y emprenden el camino del sur
para pasar otro invierno.


Llueve.


Llueve como si el agua
pesase más que la piedra,
más que el esfuerzo del carro
atrapado en el lodo.


Llueve.


Llueve como si nada fuese a sobrevivir
a la lluvia, como si esta lluvia
se llevase consigo
lo que ni tan siquiera la sal pudo quitarme.




José María Cumbreño

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